Doctrina
Título:El análisis del conflicto. Una perspectiva desde las percepciones mutuas
Autor:Rosales Álamo, Manuel
País:
España
Publicación:Revista Iberoamericana de Justicia Terapéutica - Número 2 - Febrero 2021
Fecha:03-02-2021 Cita:IJ-I-VII-480
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Este trabajo presenta una propuesta para desarrollar, en los procesos de mediación, procedimientos de análisis del conflicto desde una perspectiva que tenga en consideración las percepciones y las atribuciones recíprocas que tienen lugar durante la interacción.
El estudio se enmarca dentro del conflicto interpersonal, entendiéndolo en su dimensión intersubjetiva, dinámica y circular. El modelo de análisis se presenta apoyándose, por un lado, en las investigaciones aportadas por la neuropsicología en el ámbito de la Teoría de la Mente, de la intersubjetividad o de los procesos de mentalización y, por otro lado, en los trabajos aportados desde las teorías de la cognición social, de la atribución y la inferencia social.
La propuesta desarrollada permite concretar objetivos y estrategias en el proceso mediador para promocionar y estimular el pensamiento empático, modificando, o al menos flexibilizando, las percepciones y atribuciones. También, permite detectar errores de apreciación sobre las presunciones que hacen las personas en conflicto sobre las posiciones e intereses de la otra persona, las cuales se convierten, en muchos casos, en verdaderos obstáculos para la cooperación en la búsqueda de soluciones.


Palabras Claves:


Mediación, Conflicto, Intersubjetividad, Teoría de la Mente, Atribución.


This paper presents a proposal to develop, in mediation processes, conflict analysis procedures from a perspective that takes into account the reciprocal perceptions and attributions that take place during the interaction.
The study is framed within the interpersonal conflict, understanding it in its intersubjective, dynamic and circular dimension. The analysis model is presented based, on the one hand, on the research provided by neuropsychology in the field of the Theory of Mind, intersubjectivity or mentalization processes and, on the other hand, on the works provided by the theories of social cognition, attribution and social inference.
The proposal developed allows objectives and strategies to be specified in the mediating process to promote and stimulate empathic thinking, modifying perceptions and attributions, or at least making them more flexible. In addition, it allows for the detection of errors of appreciation about the assumptions that people in conflict make about the positions and interests of the other person, which become, in many cases, real obstacles to cooperation in the search for solutions.


Keywords:


Mediation, Conflict, Intersubjectivity, Theory of mind, Attribution.


I. Introducción
II. Intersubjetividad y Teoría de la mente
III. Teorías sobre la cognición social y las atribuciones
IV. Una aportación para el análisis del conflicto desde la cognición social
V. Conclusión
VI. Referencias

El análisis del conflicto

Una perspectiva desde las percepciones mutuas

Manuel Rosales Álamo*

I. Introducción [arriba] 

Cuando se habla del conflicto es frecuente encontrar la afirmación que es algo natural y consustancial a las relaciones humanas y es cierto; podríamos decir, además, que la naturaleza es, en sí misma, conflicto. Los elementos que dinamizan y hacen evolucionar la vida en nuestro planeta se relacionan de manera conflictiva generando una fuerza poderosa, en muchos casos destructiva, pero, al tiempo, constructiva. En este sentido, Sun Tzu señala en su obra el Arte de la Guerra que los conflictos contienen la semilla de la destrucción, pero también la de la creación. En los humanos, es un fenómeno complejo y amplio, en el que se pueden describir numerosas dimensiones y procesos que causan confrontación y, en muchos casos, dolor, sufrimiento y disminución del bienestar psicológico.

El conflicto puede ser estudiado desde diversas perspectivas: el conflicto intrapersonal, intergrupal, intragrupal e interpersonal (Alzate, 2011). Este artículo se inscribe, fundamentalmente, en el ámbito del conflicto interpersonal. Podemos encontrar diferentes acepciones sobre el conflicto. Bush y Folger (1994) lo definen como un proceso interactivo de personas que tienen alguna interdependencia y que perciben que tienen objetivos incompatibles y que se interfieren en la consecución de esos objetivos. En este trabajo, entenderemos el conflicto interpersonal como un sistema de interacciones interpersonales, dinámico y circular, donde se desarrollan procesos intersubjetivos, perceptivos y atribucionales, y en el que las partes perciben que sus intereses, valores o necesidades psicológicas están o pueden estar amenazadas por la otra persona, provocando, con ello, significaciones emocionales y motivacionales. Este sistema se puede ver configurado, además, por las propiedades del contexto en el que se desarrolla la confrontación.

Decimos que el conflicto es un sistema porque se pueden identificar diferentes elementos y configuraciones comunicativas, emocionales, perceptivas y motivacionales. Además, aunque el conflicto es interpersonal, pueden estar implicados otros protagonistas secundarios, conformando sistemas relacionales. Además, es dinámico, pues está en permanente cambio y puede modificar sus propiedades y funcionamiento. También, es intersubjetivo, puesto que construye percepciones y atribuciones recíprocas desde la circularidad de las interacciones, actuaciones y comunicaciones de los implicados.

La gestión cooperativa de los conflictos y, particularmente, la mediación intentan ser una respuesta positiva y resolutiva para encauzar y atenuar estos procesos de disputa. El análisis del conflicto es una herramienta muy relevante de los procesos de mediación. Se espera que su análisis permita a la persona mediadora conocer aquellos elementos que lo protagonizan, lo dinamizan y lo mantienen y atisbar las líneas que guíen su actuación para promover en los mediados la búsqueda de soluciones.

En este estudio, se presenta una propuesta para desarrollar en los procesos de mediación procedimientos de análisis del conflicto desde la perspectiva de la intersubjetividad, la teoría de la mente y las teorías de la atribución y la inferencia social.

II. Intersubjetividad y Teoría de la mente [arriba] 

Dentro de la neurociencia social se han desarrollado diferentes acercamientos al campo de la cognición y la inferencia social, encontrándose apoyo experimental en los estudios enmarcados en el constructo teórico de la Teoría de la Mente. Un antecedente en este ámbito es la del filósofo Dennet (1978), quien propuso que las personas necesitamos predecir y anticiparnos a los acontecimientos y, por ello, percibimos que el comportamiento de las otras personas es intencional; esto supone que necesitamos atribuirles creencias y deseos. Esta área de investigación, originalmente etológica (Premack y Woodruff, 1978), se sustenta en la idea de que las personas tienen una habilidad metacognitiva compleja que les permite desarrollar creencias y conocimientos sobre su estado mental y el de otras personas, tanto en sus consideraciones sociales como en las cognitivas y emocionales. Es, por tanto, una representación del espacio mental de las otras personas que se apoya en percepciones y atribuciones que no son, necesariamente, objetivas ni avaladas por la realidad (Alcover y Rodríguez, 2015). La atribución de estos estados mentales a los otros permite a la persona distinguirse y creer que puede predecir la conducta y la actitud del otro.

Los estudios sobre la mentalización son abundantes. Se han identificado algunas de las áreas cerebrales que están implicadas en la inferencia de los estados mentales de otras personas (Alcover y Rodríguez, 2015). En concreto, se han señalado la amígdala, los ganglios basales y, sobre todo, la corteza temporal lateral (Mar, 2011) como los responsables en los procesos de atribución y heteroatribución. Parece constatado, también, la rapidez en la actividad neurológica cuando se forman las impresiones de otras personas (Ito y Urland, 2005).

La intersubjetividad, entendida como un proceso interpersonal, es un término asociado a la Teoría de la Mente que, en psicología, se define como un proceso interactivo y comunicativo donde se conectan las subjetividades de las personas para construir significados y cogniciones compartidas. La discrepancia o la confrontación construyen, indudablemente, significados consensuados sobre la divergencia acerca de un objeto y se forman, por ello, percepciones mutuas de los participantes en el conflicto. Esto incide, consecuentemente, en la construcción de inferencias recíprocas sobre sus intenciones, sus atribuciones, sus creencias e, incluso, sobre los estados emocionales del otro (Coelho, 2012).

En el tema de la intersubjetividad resultan de gran interés las investigaciones acerca del sistema de las neuronas espejo (Di Pelegrino et alt., 1992). Los trabajos sobre este sistema perceptivo-ejecutivo (Gallese y Goldman, 1998) sugieren que, además de servir como sustrato biológico en los procesos de imitación de acciones, puede, a su vez, representar un elemento trascendente para comprender los procesos de mentalización al atribuir intenciones e intuir los estados emocionales de las otras personas (Iacobini, 2012). Se han relacionado los estudios de las neuronas espejo con la empatía, pero este es un tema no resuelto y sometido a debate (Alcover y Rodríguez, 2015).

III. Teorías sobre la cognición social y las atribuciones [arriba] 

El enfoque de la cognición social aborda el papel que tienen las percepciones en la interacción que mantenemos con las demás personas; se estudia la habilidad para elaborar representaciones de nosotros mismos y de las otras personas y cómo estas cogniciones orientan nuestro comportamiento (Cacioppo, Berntson y Decety, 2012). Estaríamos, pues, ante un procesamiento que rige la construcción de nuestras expectativas y atribuciones sobre los otros (Zegarra, 2014).

En una primera etapa del desarrollo de estas teorías se consideraba que las personas se comportaban como científicos aficionados que buscaban la coherencia cognitiva, es decir, procuraban reducir la discrepancia entre las diferentes percepciones (Festinger, 1957; Heider 1958). Sin embargo, las investigaciones posteriores hicieron patente que las personas realizan percepciones sociales utilizando pocos datos y procesamientos heurísticos (Nisbett y Ross, 1980; Taylor 1981) que están dinamizados por motivaciones orientadas a la adaptación, a la protección de la autoestima o a cubrir necesidades (Fiske y Taylor, 1991). El razonamiento heurístico responde a la necesidad evolutiva del cerebro de emitir juicios inmediatos para responder rápidamente ante estímulos, problemas o situaciones. Estas percepciones basadas en impresiones (Ash, 1946), en esquemas y en categorizaciones sociales (Fiske y Taylor, 1991) juegan un papel importante en la manera de comportarnos al interactuar con otras personas (Jones, 1990). La percepción tiene como objetivo guiar las interacciones con los demás para conocer el marco socionormativo en que se moverá la relación y las causas y motivaciones del comportamiento de los demás, con la finalidad de determinar su afinidad o aversión (Fiske, 1993). Un aspecto relevante y dinámico de las percepciones son las expectativas, es decir, las creencias que construimos sobre cómo una persona se comportará en el futuro. Se podrían citar numerosas evidencias del funcionamiento de estas percepciones, como la profecía auto cumplida (Merton, 1948), el efecto de Roshental (Roshental y Jacobson, 1968), el sesgo confirmatorio de hipótesis (Klayman y Ha, 1987), etc. Se han encontrado en algunas investigaciones resultados que señalan que las personas mantienen sus expectativas sobre otra persona a pesar de evidencias en contra, de tal forma que distorsionan la realidad para ajustarla a sus percepciones iniciales (Synder, 1984; Miller y Turnbull, 1986).

Las percepciones sociales están muy determinadas, también, por las atribuciones causales. Las personas necesitan comprender y predecir su mundo, sus eventos, sus circunstancias y sus relaciones con los demás. La atribución es un proceso cognitivo orientado a explicar las causas de los sucesos y de los comportamientos propios y de las otras personas (Hewstone, 1989). Se puede considerar que hay varias motivaciones fundamentales para buscar e indagar sobre la causalidad: la necesidad de comprender a los demás, el deseo de poder controlar las situaciones y predecir los comportamientos de los otros y mantener y proteger la autoestima (Fiske y Taylor, 2013).

En el ámbito de las interacciones sociales se infieren causas en los comportamientos propios y ajenos y las implicaciones de esas atribuciones causales. Heider (1958), precursor de esta concepción de la construcción intuitiva del conocimiento social en las personas, basaba su propuesta en que consideramos que los comportamientos no son aleatorios y, por tanto, deben tener una explicación, una causa. Se necesita que esa causa percibida permita predecir y controlar los eventos o los comportamientos nuestros y los de las otras personas; por tanto, tendemos a darle propiedades duraderas a esas atribuciones, que pueden ser internas o disposicionales o bien externas o ambientales.

En esta línea, Jones y Davis (1965) y Jones y McGillis (1976) estudian la preferencia de las personas en hacer atribuciones de intención, disposicionales o de correspondencia. Consiste en atribuir que las causas de un comportamiento están en las características de personalidad a la que se hace la atribución. Los experimentos dirigidos a investigar esta dirección atribucional (Jones y Harris, 1967) señalan que las personas tendemos a hacer inferencias de correspondencia en la medida en que la conducta del otro tiene una consecuencia inesperada, no común, que afecta de manera significativa (Relevancia Hedónica) y que se percibe que directamente e intencionadamente perjudica o beneficia de manera relevante (Personalismo). Estas atribuciones, que tienen un carácter automático, pueden ser modificadas, pero requieren un proceso de reflexión muy motivado (Gilbert, 1995).

El modelo de covariación de Kelley (1967) intenta explicar el proceso de producción de las atribuciones, internas o externas, basándose en que las personas percibimos tres tipos de informaciones sobre los acontecimientos o los comportamientos de las personas: coherencia, distintividad y consenso. La coherencia hace referencia a la medida en la que una conducta de una persona se manifiesta permanentemente o solo en ocasiones. La distintividad se dirige a explicar en qué medida la conducta atribuida se manifiesta ante diferentes estímulos y contextos; el consenso intenta conocer la coincidencia con otras personas de la conducta del sujeto al que hacemos la atribución. Sin embargo, las personas no siempre disponen de toda la información necesaria según el planteamiento de Kelley. En estos casos, el autor señala que la atribución se realiza en base a la experiencia y las creencias sobre causas y efectos. A estos conocimientos previos los denomina esquemas causales (Kelley, 1972). Las evaluaciones de esta teoría han encontrado evidencias, pero con diversas limitaciones (Alloy y TabachniK, 1984).

La teoría de la atribución de logro de Weiner (1979, 1985, 1986) es una propuesta que intenta explicar las motivaciones sobre el desempeño de tareas, sobre su éxito o fracaso, considerando tres dimensiones causales: el locus (interno o externo) la estabilidad (la percepción sobre el mantenimiento en el tiempo de la causa) y la controlabilidad (la autopercepción del sujeto sobre en qué medida puede modificar el desempeño en la tarea). Este modelo ha sido bastante avalado experimentalmente (De Jong, Koomen y Mellemberg, 1988).

Hay evidencias de que, en la medida en que las personas perciben que los comportamientos del otro tienen una alta incidencia emocional o de resultado en sí mismos, elaboran atribuciones causales de carácter disposicional y de intención (Jones y Harris, 1967). El sesgo de responsabilidad formulado por Weiner (1995) señala que a mayor consecuencia en el resultado de la acción de una persona más tendemos a atribuírselo de manera interna.

En el efecto de actor-observador se constata una clara tendencia a atribuir, como observador, a causas internas el comportamiento de los demás y, en cambio, cuando se ejerce de actor de ese mismo comportamiento, este lo atribuimos a causas externas (Jones y Nisbett, 1971). Así mismo, se ha encontrado la tendencia de las personas a realizar patrones de atribución de autobeneficio. Se atribuyen los éxitos y los logros a factores internos -sesgo de automejora- (Miller y Ross, 1975) y los fracasos a factores externos o ambientales -sesgo de autoprotección- (Whitley y Frieze, 1985).

En las relaciones interpersonales consideradas significativas o íntimas, la atribución juega un papel destacado, sobre todo en la etapa de disolución de la relación (Fincham, 1985). Esto nos indica la relevancia que esta cuestión puede tener en los procesos de divorcio o separación, sobre todo en los conflictivos.

Los estudios sobre las percepciones en situaciones de interdependencia, entendiendo por tal cuando dos personas dependen en sus acciones para que el otro logre determinados objetivos o resultados (Kelley, 1979), muestran que las personas en esta situación realizan procesos perceptivos más detallados y evaluadores y tendentes a la atribución disposicional (Erber y Fiske (1984).

Las atribuciones afectan de manera definitiva a las expectativas y a la motivación de las personas al relacionarse o al predecir el comportamiento de las personas en las que se efectuó la atribución y la inferencia. En los procesos de conflictividad interpersonal, la percepción social es un proceso dinámico, circular y altamente afectado por las significaciones emocionales, de tal modo que lo que se piensa del otro influye en el comportamiento y en las pautas comunicativas desplegadas; esto, a su vez, determina lo que la otra persona piensa y su forma de actuar, lo que refuerza las expectativas iniciales (Gilbert, 1995). Además, si es necesario, como hemos visto anteriormente, se realizan las distorsiones necesarias para mantener la percepción y estos procesos se desarrollan en un circuito permanente de interacciones.

En muchos casos, el conflicto se manifiesta alrededor de los objetivos incompatibles de las personas en litigio; sin embargo, la mayor parte del conflicto es debida a la percepción distorsionada o equivocada de los motivos y objetivos del otro (Myers, 2004). Estas distorsiones causadas por los sesgos de autoservicio (Ross y Sicoly, 1979) forman, básicamente, tres tipos de creencias que magnifican y polarizan las diferencias y motivaciones con respecto a la persona con la que se mantiene la confrontación:

Las personas se perciben a sí mismas como bienintencionadas y entienden que sus comportamientos son resultado de la necesidad de protegerse y defenderse.

Perciben que no hay dudas en que el otro es malintencionado y que sus características personales y sus motivaciones son hostiles y ofensivas.

Los otros no van a cambiar sus actitudes, comportamientos e intenciones.

No obstante, son esperanzadoras las evidencias que tenemos en la historia sobre que esas percepciones hostiles tergiversadas y extremas pueden modificarse, de tal forma que se logran convertir en las contrarias (Gallup, 1972). Algunas investigaciones han obtenido resultados que muestran que la inducción de empatía por un tercero en las personas en disputa reduce las percepciones preestablecidas y estereotípicas y aumenta las actitudes de cooperación (Galinsky y Muskowitz, 2000).

IV. Una aportación para el análisis del conflicto desde la cognición social [arriba] 

Se han propuesto desde la mediación diversos modelos para realizar el análisis de un conflicto interpersonal. Los podemos clasificar, básicamente, en dos grandes grupos: los modelos triangulares y los circulares, siendo los primeros los que han tenido una mayor implantación.

En el modelo de Galtung (2003) se precisan tres ejes de análisis. En primer lugar, tenemos las actitudes, lo que ocurre dentro de las personas, lo que sienten y lo que piensan de la situación de conflicto. En segundo lugar, encontramos la contradicción, que se define por los temas del conflicto y finalmente, el comportamiento, que hace referencia a cómo actúan las personas ante el conflicto. Otro modelo similar es el propuesto por Lederach (1989); este se concreta en tres elementos fundamentales de análisis: Las personas (los protagonistas del conflicto y sus relaciones), los procesos (la historia del conflicto) y el problema (los temas del conflicto). En el modelo de Harvard (Fischer y Ury, 1983) también se describen tres aspectos para realizar la valoración en un conflicto: las personas (las formas de comunicación y las emociones), la legitimidad (criterios de Derecho) y el problema (los intereses y las posiciones de los implicados).

Los modelos circulares no han sido tan precisos en la descripción del desarrollo del análisis del conflicto. Desde la mediación circular-narrativa (Cobb, 1997) se entiende el estudio del conflicto a través de la narrativa, sus temas, su secuencia y su construcción, y por medio de los procesos de retroalimentación circular e interdependiente que se desarrollan entre las personas implicadas y que se manifiestan en sus relatos del conflicto.

El conflicto es sustancialmente un proceso intersubjetivo de percepciones recíprocas y de atribuciones y expectativas que bloquean la comunicación y la construcción de las soluciones posibles. Por ello, consideramos necesaria una valoración explícita en el análisis del conflicto, del espacio de la intersubjetividad, siendo éste un aspecto configurador y un obstáculo relevante para su resolución.

En este sentido, nos parece útil incorporar un elemento al análisis del conflicto, que llamaremos el OTRO. Si usamos el modelo triangular de Lederach (1989), consistiría en añadir, permítanme la analogía, una cuarta pata a la mesa del análisis. Este elemento juega, como hemos señalado, un papel dinamizador del sostenimiento y la retroalimentación, teniendo su propia configuración y funcionamiento. Describimos este componente de la confrontación en base a las percepciones mutuas que organizamos en cuatro dimensiones. La primera es la autopercepción sobre las atribuciones, opiniones y valoraciones que una persona hace de sí misma. La segunda es la heteropercepción, en la que se considera cómo la persona, que llamaremos A, refiere las atribuciones, opiniones y valoraciones que hace sobre el otro, que llamaremos la persona B. En la tercera dimensión, la metaautopercepción, se intentan conocer las atribuciones, las opiniones y las valoraciones que la persona A le supone a la persona B sobre ella. Una cuarta dimensión perceptiva, más compleja, se refiere a las atribuciones, opiniones y valoraciones que la persona A le infiere a B sobre su valoración hacia B. Lógicamente, este proceso de análisis se desarrollaría, también, a la inversa, de la persona B a la persona A. Para ilustrar lo que decimos, mostramos el siguiente ejemplo:

Estas indagaciones atribucionales y perceptivas son posibilidades de análisis que la persona mediadora podría realizar, según las necesidades y objetivos del proceso mediador; se podrían concretar en dos aspectos:

a) Las percepciones recíprocas que tiene cada implicado de las posiciones, intereses y necesidades del otro. Esto puede aportar una información muy útil a la persona mediadora sobre los errores de apreciación, muchas veces inferidos de las expectativas y atribuciones, y sus consecuencias en las actitudes hacia una solución colaborativa.

b) Las atribuciones y percepciones mutuas que se establecen sobre el comportamiento de la otra persona. El análisis de este aspecto nos indica la disposición empática, los puntos de bloqueo hacia la resolución por inferencias perceptivas erróneamente establecidas, el compromiso con la actitud constructiva de las personas participantes en el proceso de mediación y puede ser un buen criterio para valorar la mediabilidad y el pronóstico sobre las posibilidades de resolución cooperativa. En este punto proponemos la posibilidad de un análisis del conflicto desde la autopercepción y la heteropercepción de tres grandes categorías de percepción interpersonal que nombramos a continuación y que se dividen, cada una de ellas, en dos subcategorías:

b1) Categoría de percepción de culpabilización:

Se manifiestan atribuciones o inferencias en forma de culpabilización, ya sea por sus intenciones ya por sus acciones; se percibe, además, que no hay nada que atenúe su culpabilidad. Las dos subcategorías que se describen aquí son las siguientes:

Atribución por intencionalidad: se atribuye el conflicto o sus consecuencias a las intenciones maliciosas y negativas de la otra persona.

Atribución focal directa: se atribuye el conflicto o sus consecuencias de manera directa a las acciones o errores del otro y no se perciben justificaciones o atenuantes a su comportamiento.

b2) Categoría de percepción de inmodificabilidad

En las respuestas de la persona se denota una atribución disposicional o de carencia emocional empática al otro. Se percibe que estas atribuciones son estables y no cabe esperar que se modifiquen. Esta categoría queda descrita por las subcategorías que siguen:

Atribución disposicional: se atribuye el conflicto o sus consecuencias a la forma de ser, a las características personales o a las formas de actuar de la otra persona.

Percepción de desempatía: se atribuye que la otra persona carece de empatía y no siente el dolor, malestar o sufrimiento ante la situación del conflicto o sus consecuencias.

b3) Categoría de autobeneficio

Las expresiones del sujeto manifiestan un pensamiento de autoexculpación del “yo” ante la responsabilidad del conflicto y se percibe incontrolabilidad e imposibilidad de hacer algo para mejorar la situación conflictiva. Se percibe que la propia actuación fue correcta y no hubo posibilidad de hacer nada que cambiara la situación. Esta categoría se define a través de las siguientes subcategorías:

Percepción de exculpación: la persona percibe que su actitud o comportamiento fue o es adecuado o correcto.

Percepción de imposibilidad: se percibe que, prácticamente, no hay ni hubo posibilidad de hacer algo para resolver o encauzar el conflicto.

Ciertamente la recogida de esta información puede resultar compleja. Parece razonable pensar que debe hacerse en sesiones individuales y con un cuestionario preparado al tal efecto. En este sentido se ha elaborado el Cuestionario de Evaluación de las Percepciones Interpersonales en situaciones de Conflicto (EPIC); es un instrumento corto con 24 preguntas que evalúa todas las categorías antes mencionadas.

Los conocimientos que aportan estos análisis permiten a la persona mediadora organizar el plan de mediación en sus aspectos técnicos y estratégicos para promover procesos de incitación empática para flexibilizar estas percepciones, sobre todo cuando uno de los objetivos del proceso mediador sea, aunque sea en cierta medida, la reparación o, incluso, transformación de las relaciones. Incluso puede permitir orientar la intervención hacia la flexibilización y las reducciones de las actitudes defensivas o de interferencia relacionadas con la significación emocional.

V. Conclusión [arriba] 

El análisis del conflicto es un instrumento fundamental para trazar sus espacios, sus procesos y sus elementos. La intervención mediadora en confrontaciones complejas, donde se requiere que las personas implicadas desarrollen una relación cooperativa no sólo para resolver el conflicto sino, también, para mantener relaciones futuras adecuadas, como podría ser el caso de los conflictos familiares relacionados con la separación o el divorcio o, también, el de las empresas familiares, requiere el análisis de las características de la interacción de las personas implicadas. Las investigaciones dentro la neuropsicología y de la inferencia social nos dan un marco de evidencias que fundamenta la propuesta que hacemos en este trabajo. Hay evidencias (Fincham, 1985) de que, cuando se produce un proceso de ruptura en una relación cercana y significativa, los procesos de atribuciones se hacen más intensos y frecuentes.

El conflicto es un proceso de construcción intersubjetivo de creencias y atribuciones tacitas negativas que generan actitudes y comportamientos que pueden ser bloqueantes y desmotivar la disposición a la colaboración. El modelo presentado permite concretar objetivos y estrategias en el proceso mediador para promocionar y estimular el pensamiento empático, modificando, o al menos flexibilizando, las percepciones y atribuciones. También permite detectar errores de apreciación sobre las presunciones que hacen las personas en conflicto sobre las posiciones e intereses de la otra persona, alimentándose el conflicto; por tanto, desde una base equivocada que genera expectativas desajustadas.

Si valoramos el conflicto como un proceso intersubjetivo de elaboración “en negativo” de conocimientos e inferencias entre las personas en disputa, deberíamos reflexionar sobre la oportunidad de decidir en cada caso el tipo de sesiones que se deben realizar, individuales o conjuntas, y el momento del proceso mediador en que se realizarán.

Se acepta que la identificación de los aspectos señalados conlleva dificultades y retos metodológicos para la persona mediadora en la captación de las informaciones y datos. No obstante, creemos que se podrán elaborar instrumentos relativamente sencillos que permitan una captación rápida de los datos necesarios.

El modelo presentado puede facilitar, en el ámbito de la investigación, la evaluación del cambio de pensamiento sobre las percepciones mutuas de las personas implicadas en el proceso de mediación y estudiar, con ello, la eficacia de los procedimientos y las técnicas de la mediación. También podría ser un marco de referencia útil para elaborar intervenciones y programas orientados al desarrollo de habilidades de autogestión de las percepciones mutuas en situaciones de conflicto, así como, en esta misma línea, para mejorar las metodologías y los objetivos de la mediación educativa.

VI. Referencias [arriba] 

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* Dr. Manuel Rosales Álamo. Profesor de Departamento de Psicología Evolutiva y de la Educación de la Universidad de la Laguna (ULL).Tenerife, España. mrosales@ull.es Director del Centro de Estudios Universitarios de la Mediación y la Convivencia (CUMECO) de la ULL.