De Benedictis, Leonardo 06-12-2021 - Reflexiones sobre la economía circular y su relación con el desarrollo sostenible y el cambio climático 29-04-2019 - Delitos, penalización de las empresas y compliance 18-07-2018 - Los conflictos bélicos y el ambiente. Análisis de una relación inquietante y de la normativa destinada a mejorarla 11-12-2018 - Crisis ambiental, consumismo, crecimiento demográfico y pobreza. Expresiones de un desarrollo insustentable en el tiempo e inequitativo en lo social 29-10-2020 - Análisis y reflexiones sobre las amenazas ambientales y la inequidad social en tiempos de Coronavirus
En el año 2018, el Secretario General de la ONU, Antonio Guterres, lanzó una voz de alarma instando a tomar, con urgencia, medidas radicales para abordar la lucha contra el cambio climático y declarando que la humanidad se encuentra ante la encrucijada de su existencia, y la necesidad de abandonar el camino “suicida” de las emisiones de carbono. Para afrontar el problema, convocó a una nueva Cumbre sobre el Cambio Climático a realizarse en Nueva York en septiembre de 2019.
Lo cierto es que el tema viene dando lugar a una serie de convenios / acuerdos internacionales y a esta altura de los acontecimientos cabe que nos preguntemos si los mismos resultan eficaces para enfrentar con éxito esta problemática, y si así fuera, cabe preguntarnos sobre la eficacia de las acciones que en función de ellos están adoptando las naciones o, dicho de otro modo, si las naciones vienen cumpliendo los compromisos contraídos.
Cabe recordar que en el año 1992 se firmó el Convenio de Cambio Climático, cuya principal virtud fue alertar sobre el aumento que venía registrando la temperatura de la Tierra a nivel global desde el comienzo de la segunda revolución industrial (se tomaba como año referente 1880), y sobre sus inquietantes consecuencias si no se cambiaba esta tendencia. Se veía entonces, aunque sin que existiese certeza científica absoluta, que ese incremento de temperatura estaba relacionado a la emisión de determinado tipo de gases, llamados “gases de efecto invernadero” (GEI) y que la misma tenía a los seres humanos como sus principales causantes. La falta de certeza científica absoluta que existía entonces por las divergencias acerca de la causa real de ese incremento de la temperatura global de la Tierra no fue un obstáculo para el dictado del Convenio atento a haberse aplicado el entonces novedoso “principio precautorio”. Recordemos que en aquellos tiempos existían posiciones, desde el mundo científico, que entendían que la causa real de esta problemática no tenía que ver con acciones antrópicas, sino con ciclos climáticos propios de la naturaleza.
Pocos años después, en 1997, se firma el Protocolo de Kioto, denominado de esa forma por haberse firmado durante una de las reuniones de las partes del Convenio de Cambio Climático, llevada a cabo en Kioto (Japón). Como dato relevante, cabe recordar que este Protocolo establecía exigencias concretas de reducción de emisiones que recaían sobre los países que entonces aparecían como grandes emisores. Se tomaba como referente para establecer las reducciones el año 1990. En definitiva, se tomaban como base las emisiones efectuadas en ese año, y se exigía una reducción que en promedio era de alrededor de un 5 %, si bien las exigencias de reducción eran diferentes para cada uno de los países alcanzados por el Protocolo, existiendo, incluso, algunos países a los que se les permitía tener un porcentaje por arriba del nivel de 1990. El período en que debían cumplirse las exigencias del Protocolo era el comprendido entre los años 2008 y 2012.
Uno de los principales países emisores de GEI, EEUU, decidió no ratificar dicho Protocolo, lo cual perturbó la entrada en vigencia del mismo, atento que se necesitaba la ratificación de una determinada cantidad de países que representaban, a su vez, un determinado porcentaje de emisiones. De todas formas, el Protocolo pudo entrar en vigencia en 2005. Lo cierto es que a fines de 2012 el objetivo de reducción promedio mundial (5 %) no se había cumplido y se decidió establecer un nuevo período de cumplimiento desde 2013 hasta 2020.
No obstante ello, en diciembre de 2015, se firma el Acuerdo de París, que venía a sumarse a los acuerdos internacionales que nacen en 1992, y a imponer una nueva modalidad de enfrentamiento a la problemática en cuestión, que no solo alcanzaba, con sus determinaciones y exigencias, a los países considerados grandes emisores de GEI, sino que incluía a todos los países del Planeta que decidieran firmarlo y ratificarlo.
Pero, como se dijo precedentemente, el tiempo sigue pasando y, lamentablemente, las soluciones no parecen avizorarse, razón por la cual se ha hecho un llamamiento especial para la reunión del 23 de septiembre en Nueva York, a la que se debe concurrir “con planes concretos y realistas para mejorar sus contribuciones concretas a nivel nacional para 2020, siguiendo la directriz de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero un 45 % en los próximos diez años y a cero para 2050” (cabe señalar que estas necesidades de reducción de gases de efecto invernadero surgen del último informe elaborado por el IPCC por encargo de la ONU a partir de la firma del Acuerdo de París). En este llamamiento se manifiesta lo siguiente:
“Para que sean efectivos y fiables, estos planes no pueden enfrentarse a la reducción de forma aislada: deben mostrar una vía hacia la transformación completa de las economías siguiendo los objetivos de desarrollo sostenible. No deberían generar ganadores y perdedores, ni aumentar la desigualdad económica. Tienen que ser justos, crear nuevas oportunidades y proteger a aquellos que se ven afectados por los impactos negativos en el contexto de una transición justa. También deberían incluir a las mujeres como principales encargadas de la toma de decisiones: solo la toma de decisiones desde la diversidad de género es capaz de abordar las diferentes necesidades que surgirán en este próximo periodo de transformación fundamental”.
“La Cumbre reunirá a gobiernos, sector privado, sociedad civil, autoridades locales y otras organizaciones internacionales para desarrollar soluciones ambiciosas en seis áreas: la transición global hacia energías renovables; infraestructuras y ciudades sostenibles y resilientes; la agricultura y ordenación sostenible de nuestros océanos y bosques; la resiliencia y adaptación a los impactos climáticos; y la convergencia de financiación pública y privada con una economía de emisiones netas cero”.
En definitiva, podemos ver que se han generado acuerdos internacionales para combatir la problemática del cambio climático, que algunos sectores creen ver expectativas favorables que permiten augurar resultados laudatorios, pero, los números, concretamente los números que hablan de la cantidad de gases de efecto invernadero que estamos emitiendo deberían generar más inquietudes que expectativas favorables. En definitiva y atendiendo al subtítulo de este artículo “¿avanzamos en el rumbo correcto?”, veremos a continuación qué implica el cambio climático y de qué manera puede afectar nuestras vidas, también veremos cómo vienen evolucionando las emisiones de GEI, tomaremos debida nota de las determinaciones esenciales del Acuerdo de París, en una comparativa con las del Protocolo de Kioto, y nos permitiremos efectuar algunas conclusiones destinadas a promover soluciones efectivas y no meras iniciativas marketineras susceptibles de mantenernos en un “rumbo colisión” que debiera inquietarnos.
2. El cambio climático y sus implicancias inquietantes [arriba]
En realidad, cuando hablamos del cambio climático nos estamos refiriendo al aumento de la temperatura global de la Tierra que viene registrándose desde el comienzo de la segunda revolución industrial en 1880 y que hasta la fecha es de alrededor de un grado centígrado respecto a la que se tenía en aquel año del siglo XIX ¿Es mucho o poco ese incremento? A juzgar por lo que dice la ONU en la convocatoria a la Conferencia de septiembre, sería mucho:
“Las emisiones a nivel mundial están alcanzando unos niveles sin precedentes que parece que aún no han llegado a su cota máxima. Los últimos cuatro años han sido los más calurosos de la historia y las temperaturas invernales del Ártico han aumentado 3 °C desde 1990. Los niveles del mar están subiendo, los arrecifes de coral se mueren y estamos empezando a ver el impacto fatal del cambio climático en la salud a través de la contaminación del aire, las olas de calor y los riesgos en la seguridad alimentaria”.
“Los impactos del cambio climático se sienten en todas partes y están teniendo consecuencias muy reales en la vida de las personas. Las economías nacionales se están viendo afectadas por el cambio climático, lo cual al día de hoy nos está costando caro y resultará aún más costoso en el futuro.”
Independientemente de lo dicho precedentemente, está claro que el aumento de la temperatura global de la Tierra está causando cambios meteorológicos que se evidencian en el derretimiento de los hielos polares y de los glaciares y el consecuente avance de las aguas sobre los terrenos costeros, poniendo en riesgo de supervivencia a determinadas islas del Pacífico, en la verificación de sequias y su contraparte, las inundaciones, que se producen con mayor frecuencia y gravedad, de igual forma que se verifican con mayor frecuencia y gravedad determinados fenómenos meteorológicos como los huracanes y tornados.
En la actualidad, no existen dudas sobre la relevante incidencia humana en la generación y desarrollo de la problemática bajo análisis. Los informes del Panel de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés), que nuclea a importantes científicos de diversos países y que fuera creado en 1988 por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) y la Organización Meteorológica Mundial (OMM) para analizar esta problemática, sus causas y consecuencias, son contundentes y lo que al principio podía ser una duda hoy adquiere el rasgo de certeza científica absoluta.
Lamentablemente, aún se observa a gobiernos que se niegan a aceptar esta realidad, como viene ocurriendo con el gobierno de Donald Trump, que siguiendo la postura que tuviera anteriormente George Bush, ha hecho prevalecer los intereses de su país por sobre los del resto de la humanidad no queriendo sujetarse, primeramente, a las exigencias del Protocolo de Kioto y luego al Acuerdo de París. George Bush dejó claro que la sujeción al Protocolo de Kioto colocaba a EEUU en desventaja respecto a Europa, se trataba de una cuestión de competencia que para ese país reviste una importancia vital. EEUU quiere ser el líder del mundo y no acepta dejar ese lugar a otro. Por su parte Trump ha llegado a calificar la problemática del cambio climático como “un cuento chino”, una declaración que hasta causaría gracia si no estuviéramos hablando de uno de los principales problemas que enfrenta la humanidad y si no se tratara del presidente de la principal potencia del mundo.
En la región, concretamente en Brasil, Bolsonaro tampoco parece estar convencido de la importancia del cambio climático y se ha venido refiriendo en contra del Acuerdo de París, aunque por ahora dice que Brasil va a seguir siendo parte del mismo. El 30 de noviembre de 2018 el Diario La Nación (de Argentina) publicaba lo siguiente:
“Sin embargo, el mandatario electo insiste en que el Acuerdo de París pone en juego la soberanía nacional brasileña porque -erróneamente, según él- propone la creación de un corredor ecológico de 136 millones de hectáreas de preservación, que va desde el océano Atlántico hasta los Andes pasando por el Amazonas, apodado «Triple A». El documento internacional no menciona en ninguna de sus páginas ni la Amazonía ni tal iniciativa, planteada en algún momento por organizaciones ambientalistas y apoyada por el expresidente colombiano Juan Manuel Santos”.
Lo cierto es que esta falta de conciencia sobre la gravedad de la problemática que enfrentamos dificulta su solución.
3. El fracaso del protocolo de Kioto y las expectativas del acuerdo de París [arriba]
Aunque pueda parecer demasiado fuerte / excesivo hablar de “fracaso” del Protocolo de Kioto, lo cierto es que la mayoría de los países que debían cumplir sus exigencias de reducción de emisiones de GEI no las cumplieron, que la reducción global / promedio de un 5% respecto a las emisiones de 1990, tampoco se cumplió, y que, por el contrario, de acuerdo al Informe de la ONU de 2015 sobre el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (objetivos a ser cumplidos en el período 2000-2015 y que ahora han sido sustituidos por los objetivos de Desarrollo Sustentable del Milenio 2015-2030), se ha verificado que en el período 1990-2012 se ha producido un incremento del 50 % en la emisión de GEI. Es decir que en lugar de lograr reducir las emisiones de GEI en un 5%, como se establecía en el Protocolo de Kioto, estas se incrementaron en un 50 %. Son estos resultados los que nos permiten calificar al Protocolo de Kioto como un fracaso.
Pero, a partir de diciembre de 2015, la firma del denominado “Acuerdo de París” ha generado expectativas favorables y desde muchos sectores periodísticos se alentó la idea de que, por fin, el mundo tomaba conocimiento de la problemática del cambio climático y de su gravedad y se comprometía a solucionarla. Así planteadas las cosas, era fácil tener expectativas favorables, pero, como vimos en la Introducción, la realidad era distinta a la planteada periodísticamente. En efecto, ya en 1992 el tema tenía relevancia y es ella la que determina que ese año se firmara el Convenio de Cambio Climático y, poco tiempo después el Protocolo de Kioto que, si se hubiera cumplido, habría logrado en 2012 reducir las emisiones de GEI en un 5% respecto a las generadas en 1990, pero, como se dijo precedentemente, no solo no decrecieron, sino que crecieron en un 50 %.
Está claro, entonces, que el Acuerdo de Paris no está abordando una problemática nueva y generando, por primera vez, conciencia de su relevancia, sino que viene a buscar nuevas soluciones ante el fracaso de las que se trataron de implementar precedentemente. Quizás lo novedoso fue plantear un objetivo limitante del incremento de la temperatura de la Tierra. En ese sentido se estableció la necesidad de estabilizar la temperatura del planeta, como máximo, dos grados por encima de la temperatura existente antes de la segunda revolución industrial, y como ideal, un grado y medio por encima de ella. También, como novedad, está el hecho de establecer obligaciones, no solo para los países considerados grandes emisores / países desarrollados, sino también para el resto de los países. En definitiva, se trata de que todos los países se comprometan en la reducción de las emisiones de GEI. Cabe preguntarnos cuáles son las exigencias de reducción establecidas para lograr el objetivo de estabilizar la temperatura del planeta en los niveles indicados, y acá nos encontramos con algo que debiera inquietarnos. Lo concreto, es que no se establecen exigencias específicas de reducción, sino que se obliga a los países partes del Acuerdo a comprometer las acciones y medidas que crean convenientes y posibles (compromisos nacionales -contribuciones determinadas a nivel nacional- INDC por sus siglas en ingles).
A continuación y para una mejor comprensión del tema se reproducen artículos clave del Acuerdo de París:
Artículo 2 (solo se reproduce lo concerniente a objetivos)
1. El presente Acuerdo, al mejorar la aplicación de la Convención (se refiere a la Convención de Cambio Climático), incluido el logro de su objetivo, tiene como objeto reforzar la respuesta mundial a la amenaza del cambio climático, en el contexto del desarrollo sostenible y de los esfuerzos para erradicar la pobreza y para ello:
a) mantener el aumento de la temperatura media mundial muy por debajo de 2ºC con respecto a los niveles preindustriales, y proseguir los esfuerzos para limitar ese aumento de la temperatura a 1,5ºC con respecto a los niveles preindustriales, reconociendo que ello reduciría fuertemente los riesgos y los efectos del cambio climático;
b) Aumentar la capacidad de adaptación a los efectos adversos del cambio climático y promover las resiliencias al clima y un desarrollo con bajas emisiones de gases de efecto invernadero, de un modo que no comprometa la producción de alimentos.
Artículo 4 (solo se reproducen las obligaciones de las partes)
2. Cada Parte deberá preparar, comunicar y mantener las respectivas contribuciones determinadas a nivel nacional que tenga previsto efectuar. Las Partes procurarán adoptar medidas de mitigación internas, con el fin de alcanzar los objetivos de esas contribuciones.
9. Cada Parte deberá comunicar una contribución determinada cada 5 años….
13. las Partes deberán rendir cuentas de sus contribuciones determinadas a nivel nacional….
Artículo 14 (obligaciones de la Conferencia de las Partes)
1. La Conferencia de las Partes en calidad de reunión de las Partes en el presente Acuerdo hará periódicamente un balance de la aplicación del presente Acuerdo para determinar el avance colectivo n el cumplimiento de su propósito y de sus objetivos a largo plazo (“el balance mundial”)...
2. La Conferencia de las Partes en calidad de reunión de las Partes en el presente Acuerdo hará su primer balance mundial en 2023, y a partir de entonces, a menos que decida otra cosa lo hará cada 5 años.
3. El resultado del balance mundial aportará información a las Partes para que actualicen y mejoren, del modo que determinen a nivel nacional, sus medidas y su apoyo de conformidad con las disposiciones pertinentes del presente Acuerdo, y para que aumenten la cooperación en la acción relacionada con el clima.
Queda claro que el Acuerdo establece objetivos de estabilización de la temperatura del planeta (máximo 2 grados por arriba de la temperatura preindustrial, ideal 1,5 grados), y para ello deja a cada país que contribuya a ese objetivo de la forma que crea conveniente a través de las denominadas contribuciones nacionales. Cabe preguntarnos sobre la efectividad de esta solución y, en definitiva, cabe preguntarnos sobre la real posibilidad de lograr que quienes no cumplieron las exigencias, concretas, de reducción de emisiones de GEI que les imponía el Protocolo de Kioto, se auto exijan ahora de manera más significativa. Por ahora, las contribuciones nacionales presentadas por los países no solo no lograrían estabilizar la temperatura en algunos de los niveles establecidos, sino que se sobrepasaría el nivel máximo (2 grados por encima de la temperatura preindustrial) y se estarían alcanzando temperaturas por encima de los 3 grados.
4. Algunas opiniones críticas sobre el acuerdo de París [arriba]
Si bien, en general, los medios periodísticos presentaron la celebración del Acuerdo de París como un hecho muy auspicioso, se registraron opiniones críticas de diversos científicos, que fueron publicadas por el diario El Mundo (de España) en su edición del 13 / 12 / 2015 y que se reproducen seguidamente. Como se dice en el artículo, la mayoría de ellos recalca la enorme brecha entre el objetivo fijado por el Acuerdo de París “mantener el aumento de las temperaturas por debajo de los 2ºC con respecto a los niveles preindustriales y perseguir los esfuerzos para limitar el aumento a 1,5ºC”, y la falta de una hoja de ruta para la reducción de emisiones de aquí al año 2050.
Para James Hansen, un pionero en los estudios del cambio climático al alertar al Congreso Norteamericano sobre los riesgos del calentamiento global, ex climatólogo de la NASA Y profesor de la Columbia University. «Estamos ante un fraude y una farsa». «El acuerdo es una excusa que tienen los políticos para poder decir: tenemos una meta de dos grados e intentaremos hacerlo mejor cada cinco años», declaró Hansen a The Guardian. El climatólogo critica el hecho de que no se mencione siquiera por su nombre a «los causantes del problema» y que no se adopten medidas para la urgente descarbonización de la economía: «Mientras los combustibles fósiles sean los más baratos, los vamos a seguir quemando».
«Estamos ante un acuerdo histórico, pero a la meta ambiciosa de la temperatura le faltan los medios ambiciosos para la mitigación», recalcó por su parte Steffen Kallbekken, director internacional del Centro de política y energía, para cumplir el objetivo de 1,5ºC, hay que rebajar las emisiones de GEI en un 70% / 95% a mediados de siglo. Sin estos números duros (que llegaron a figurar en algún borrador inicial) el pacto del clima no manda una señal clara».
«El calentamiento causado por las actividades humanas se está acercando ya a un grado y es muy posible que llegue a 1,2ºC en 2030 con la tendencia actual», advirtió Myles Allen, profesor de Geofísica en la Universidad de Oxford. «Quedarnos en 1,5ºC en 2050 va a ser realmente un reto».
Por su parte, Jan Kelman, del University College de Londres, pone también sobre el tapete la falta de números y compromiso concretos, más allá de la referencia a las temperaturas: «Nada va a ocurrir sustancialmente hasta 2020, y faltan objetivos concretos con un calendario después de esa fecha. Existe además la posibilidad de cambios en las posturas de los gobiernos y de fracasos a la hora de ser ratificados por los parlamentos, en especial el Congreso norteamericano».
«Los recortes anunciados por los países son todavía insuficientes», recalcó por su parte Corinne Le Quéré, al frente del Centro Tyndall para la Investigación del Cambio Climático, en el momento de recordar cómo los compromisos asumidos en la cumbre de París nos proyectaban a un escenario de 2,7ºC, muy por encima de lo que los científicos consideran el punto crítico. «Pero al menos el acuerdo manda un poderoso mensaje a las empresas, a los inversores y a las ciudades».
5. La última conferencia de las partes en Polonia (COP 24) [arriba]
La última Conferencia de las Partes del Convenio de Cambio Climático de 1992 (la COP 24), realizada en Polonia, estuvo destinada al establecimiento de reglas para poder cumplir con el Acuerdo de París. Si bien se confeccionó un documento voluminoso (133 páginas) en el que figuran tales reglas, lo concreto es que las mismas se referirían, esencialmente, a lo siguiente:
Transparencia: se establece un sistema común para que los países midan el progreso de sus medidas de mitigación y adaptación y su contribución en financiación. Cada dos años, los estados deben presentar un informe con inventarios de emisiones y absorciones de gases invernadero con métricas comunes, informando de los progresos en mitigación y adaptación realizadas. También deben facilitar información sobre la ayuda o bien realizada como donantes o bien recibida como destinatarios.
Observatorio de Cumplimiento: Se evaluarán cada 5 años los esfuerzos realizados por cada país, empezando en 2023. Una especie de examen quinquenal. Tanto en materia de reducción de emisiones, como de medidas de adaptación y aportación financiera.
Financiación: Cada 2 años a partir de 2020, los países ricos deberán informar sobre sus compromisos de financiación climática hacia los países más vulnerables y en desarrollo. Deberán informar sobre programas, sectores y países. Y deberán aportar financiación.
Con respecto al Fondo de Adaptación, que se creó para financiar proyectos a países particularmente vulnerables, se ha decidido seguir utilizando el que se creó en Kyoto. El Fondo seguirá recibiendo contribuciones voluntarias de los países desarrollados que quieran contribuir y de una tasa que se aplicará al mercado de carbono, cuando se regule, en la COP25 de Santiago de Chile, a realizarse entre el 2 y el 13 de diciembre de 2019.
Sin duda, la humanidad está enfrentando una crisis ambiental, que ella misma ha generado, que permite avizorar una creciente e inquietante afectación de la salud y calidad de vida de la gente, y hasta de la misma subsistencia cuando hablamos de los sectores más pobres de la comunidad mundial. Actualmente, contamos con información irrefutable que nos estaría indicando que a nivel global registramos un nivel de consumo de recursos naturales que está superando las capacidades de regeneración del planeta y que generamos una cantidad de residuos que este no está pudiendo asimilar.
Precisamente, la problemática del cambio climático es una clara expresión de lo antes dicho ya que el aumento de la temperatura que viene registrándose en nuestro planeta está relacionada, principalmente, a la emisión de determinados gases residuales, generadores de un efecto invernadero en la atmósfera que, al no poder ser absorbidos / asimilados por ésta, potencian tal efecto y dan lugar al citado incremento y, consecuentemente, a cambios en el clima a nivel global.
Podemos decir, sin riesgo a equivocarnos, que el cambio climático es el principal problema ambiental que enfrenta la humanidad y que si no logramos controlarlo la vida en el planeta se ira haciendo cada vez más penosa. Las evidencias de esta problemática las vemos casi todos los días a través de los medios de difusión, en especial a través de la televisión, que nos ponen al tanto de una catastrófica inundación en un determinado lugar, o de una sequía devastadora en otro, o de un huracán que arrasó con una cantidad de viviendas y con la vida de quienes vivían en ellas, o de olas de calor o de frío que afectan a una comunidad, o de inundaciones de zonas costeras. Seguramente, no faltarán los que digan que estos fenómenos siempre ocurrieron, y tienen razón, pero lo que no advierten es que ahora se están dando con mayor frecuencia y gravedad y, en la medida que pase el tiempo y no logremos estabilizar la temperatura planetaria en un nivel considerado aceptable, la vida en el planeta se irá dificultando.
Nos preguntábamos, en el subtítulo de este artículo, si vamos en el camino correcto para controlar esta problemática, y podemos tranquilizarnos cuando escuchamos las declaraciones de los gobiernos comprometiendo acciones que supuestamente irían en ese sentido, cuando nos informan de la firma de acuerdos internacionales, cuando sectores empresariales, académicos y de la sociedad civil en general manifiestan preocupación y también proponen o ejecutan soluciones, pero, la realidad que marcan los números que expresan la cantidad de gases de efecto invernadero que estamos emitiendo, lejos de tranquilizarnos debiera inquietarnos ya que, como se manifestara precedentemente, dicha cantidad está creciendo de manera alarmante.
Lamentablemente, los acuerdos internacionales, las declaraciones y las acciones que se vienen llevando a cabo no están dando los resultados perseguidos. De hecho, los objetivos de reducción global de emisiones establecidos en el Protocolo de Kioto no fueron alcanzados y, por el contrario, las emisiones han ido aumentando notablemente. Vencido el período que el Protocolo establecía para lograr esa reducción se acordó mantenerlo en vigencia hasta el 2020, lo cual haría que empalme con la vigencia del Acuerdo de París, pero, sinceramente parece no tener mucho sentido dejar en vigencia un acuerdo que ya fracasó.
En cuanto al Acuerdo de París, cabe destacar lo ponderable de establecer objetivos de estabilización de la temperatura de la Tierra, pero, cabe también señalar las dudas que se generan al dejar librado a la voluntad de cada país la determinación de las acciones conducentes a tales fines. En definitiva, y como ya se manifestara precedentemente, si cuando se establecieron exigencias concretas de reducción de emisiones, los países obligados no las cumplieron, qué nos hace suponer que ahora, que no tienen exigencias obligatorias y que cada país puede determinarlas como mejor le convenga, lleguemos a mejores resultados que los que se han obtenido.
Realmente, no parece que vamos en el rumbo correcto y la convocatoria a la reunión de Nueva York para septiembre de este año, mostraría la desesperación para obtener compromisos más firmes a partir del conocimiento de la cruda realidad. Ya no hay tiempo para discursos, ni para acuerdos diplomáticos que terminan siendo meras formalidades. Es tiempo de asumir la gravedad de la problemática que enfrentamos, y dejar de lado los intereses nacionales y concentrarse en los intereses globales. La problemática del cambio climático nos va afectando a todos y no hay país ni región de la Tierra que pueda verse libre de sus efectos, en consecuencia, se exige del esfuerzo y firme compromiso de todos para cambiar las tendencias actuales y poder avizorar un futuro que nos permita a nosotros y a las generaciones venideras vivir satisfactoriamente.