Doctrina
Título:Arquitectura y epidemias en la Ciudad de Buenos Aires. Un escenario deseable frente al COVID-19
Autor:Torres, Claudio Fabián
País:
Argentina
Publicación:Revista Argentina de Derecho Común - Número 5 - Octubre 2020
Fecha:02-10-2020 Cita:IJ-CMXXV-762
Voces

Arquitectura y epidemias en la Ciudad de Buenos Aires

Un escenario deseable frente al COVID-19

Claudio Fabián Torres*

Un ejercicio recurrente siempre ha sido pensar cómo era vivir hace cierta cantidad de años. No importa si se trata de cincuenta, cien, o doscientos años.

Era ponerse a pensar en la vida sin computadoras, sin teléfonos celulares, sin redes sociales, ni mensajería por WhatsApp, ni otro tipo de interacciones.

¿Cómo era vivir en una ciudad como aquellas que habitamos, en la época virreinal?

Podemos pensar en la idealización de una vida sin alimentación transgénica, sin humo de automotores ni fábricas, idealizar esa vida sería casi una obligación, pero… ¿era –por así decirlo– fácil esa vida? ¿Era fácil estar habituado a vivir sin agua corriente, sin gas, sin electricidad? ¿Sin farmacias cercas? ¿Sin alimentos refrigerados?

Los paradigmas de nuestro actual modo de vida quizá nos lleven a golpearnos contra un muro, si queremos adaptarnos a ese peculiar viaje en el tiempo, saliendo de este presente, en el cual podemos gozar no solo de comunicaciones muy avanzadas, sino de cosas tan elementales como tener agua que fluye desde un grifo, un piso de cerámicas, un baño con agua caliente…

Esas comodidades no salieron de la nada, sino que son el resultado del decurso histórico.

¿Podemos decir entonces que, gracias a la aparición de una enfermedad, se ha logrado crear una vacuna que ha mejorado el estándar de vida? Sí. Y con esto, la arquitectura y la ingeniería, ¿dieron respuesta a la creación de barreras contra la proliferación de pestes y epidemias? Sin duda que la respuesta es sí. 

Que en los últimos dos siglos haya aumentado la expectativa de vida, en el mundo civilizado en general, tiene como uno de sus pilares no solamente al desarrollo de la medicina, sino además a los avances de la arquitectura y de la ingeniería.

Cuidar el entorno ambiental ha sido una preocupación que se vio de manifiesto durante la segunda mitad del siglo pasado, y que tuvo hitos visibles, entre los cuales podemos destacar todas las iniciativas y movimientos mundiales, que tuvieron como eje a la Organización de las Naciones Unidas, y que tienen como punto de inflexión a la sustentabilidad.

Se dice que, en algún momento, alguien habrá pensado “Digo… ¿no estaremos haciendo algo mal?” Y sí, mucho se hizo mal desde que el mundo comenzó a industrializarse.

Durante mucho tiempo, y desde la segunda mitad del siglo XVII, se creyó en la denominada teoría miasmática de la enfermedad, que sostenía que los miasmas eran un conjunto de emanaciones fétidas de suelos y aguas impuras. En la mitología griega se halló a su antecedente, pues consideraba a los mismas como un vapor o aire malo enviado por los dioses, que poseía vida propia y que sólo podía ser purgado con la muerte en sacrificio de lo malo, es decir, reparando el daño. En tanto ese daño no se reparara, el pueblo continuaría sufriendo el castigo divino. Con el advenimiento de la investigación sobre la actividad microbiana, la teoría miasmática devino obsoleta. Así el enemigo más pequeño al cual debió enfrentarse el ser humano era y son los microorganismos, que pusieron en evidencia la existencia de vida microbiana que podría causar cualquier enfermedad.

Los microbios se hallan en cualquier parte –ríos, ciudades, calles, casas–, y la higiene cobró importancia. Tener lugares libres de agua sucia se hizo importante, y ello llevó a quienes habitaban ciudades a que se pensara en la importancia del drenaje de pantanos y además de evitar tener lugares con agua estancada.

Los ríos han sido aprovechados como receptores de todo tipo de deshechos. Y muchos ríos han sufrido el arrojamiento de todo tipo de deshechos, sean éstos humanos, animales e industriales. En el Reino Unido, advertido en la segunda mitad del siglo XIX de los problemas sanitarios que causaba el contaminado Río Támesis, el Parlamento inglés adoptó medidas para la purificación de ese curso fluvial, que generaba tremendos olores nauseabundos, al punto tal que el brote de cólera de 1866 afectó únicamente a aquellos que Vivian en las zonas aun no conectadas a red de agua potable. Por desgracia, este ejemplo no cundió en muchos lugares del planeta.

El entramado urbano en la organización de la ciudad trajo, como vemos hoy en día, calles que se cruzan en ángulos rectos y forman manzanas cuadradas o rectangulares. La traza de la ciudad con base en la norma de damero o hipodámica trajo un orden urbanístico, y esto no se verifica solo en la ubicación física de ciertos hitos urbanos, sino además en el trazado de sistemas de desagüe fluvial y cloacal, dado que estos sistemas funcionan mejor en tramos rectos antes que en tramos curvos. Es decir, entonces, que el trazado en damero facilita introducir un sistema de alcantarillado.

Las calles, en cuanto a su materialidad, mostraron cambios. Lo que en un comienzo fue simplemente de tierra, terminó convirtiéndose en una superficie adoquinada, que tuvo una doble función: favorecer el tránsito y, además, contribuir a la higiene urbana. Por otra parte, el revestimiento exterior e interior de los muros también cumplían una función higiénica, además de ornamentar. Eran utilizados como revoque la tierra, la bosta de caballo, la ceniza.  

En cuanto a la salud humana, vemos que no solamente los enemigos podían ser microscópicos, sino también de cierto tamaño: las ratas eran animales en apariencia inofensivos, hasta que se descubrió su rol en la transmisión de la peste bubónica. Puede decirse que aun hasta el animal más astuto puede meterse en la construcción más sólida. la historia de la humanidad supo de la proliferación de pestes asoladoras, y por lo general, propagándose a través de rutas comerciales, por mar o por tierra. En Europa, la aparición de la peste bubónica o peste negra (se la llamo la Plaga de Justiniano) tuvo su primer brote en el Imperio Romano de Oriente, cobrándose la vida de cincuenta millones de personas. En la Edad Media hubo un segundo brote, mucho más mortífero, y que mató a un tercio de la población. Esa época fue prolifera en alta mortalidad, guerras, disminución de la calidad de vida. Y los términos confinamiento y cuarentena eran de frecuente uso.

Un tercer brote de la peste negra se generó a mediados del siglo XIX en China, y de ahí se propago a India, y a algunas islas de Hawaii a fines de ese siglo. Australia tuvo brotes entre 1900 y 1925. La Organización Mundial de la Salud (OMS) consideró activa la peste bubónica hasta 1959, cuando las víctimas mundiales eran de alrededor de 200 por año.

También es válido recordar que la propagación de la peste se hizo también a través de cadáveres infectados que eran lanzados por catapultas (por sobre murallas), en las guerras del siglo XV. Y en 1940, de un modo más avanzado (y luego de experimentaciones con seres humanos) la aviación japonesa bombardeó Ningbo con pulgas que eran portadoras de la peste bubónica.

Por otra parte, bueno fue conocer que, en materia bacteriológica, se tuvo en cuenta que pequeños seres podían ser vectores –moscas, mosquitos, garrapatas–, transmisores de enfermedades infecciosas entre personas, o de animales a personas, con lo cual, se pudo lograr un grado de intervención especifico.

En nuestro país también se han vivido situaciones traumáticas causadas por enfermedades.

A poco de la llegada de Pedro de Mendoza a estas tierras en 1536, habían sucedido enfermedades que periódicamente afectaban a la población autóctona, sin conocerse exactamente de cual dolencia se trataba ni su origen.

En 1588 sobrevino la epidemia de viruela, que se expandió luego hacia Paraguay. En 1611, Córdoba supo de una epidemia de tifus, aunque tres años antes, los estudiantes del seminario de los jesuitas en Córdoba fueron atacados por una epidemia de tifus. Buenos Aires no fue ajena a estas enfermedades, que resurgieron en 1621, trayendo como consecuencia funesta la muerta de muchas personas e incluso, el ganado.

En 1717 hubo una epidemia importante de tifus, viruela y escorbuto y en 1727 otra epidemia de tifus asoló esta zona, con gran número de víctimas. Las crónicas de ese entonces contaban que los difuntos indigentes eran puestos sobre cueros o trapos, que, atados a caballo, y así, arrastrados, se llevaban a enterrar.

Recién luego de iniciado el siglo XIX, llego a Buenos Aires la vacuna antivariólica, y se aplicó exitosamente. La viruela reapareció en 1829, y hasta 1830 se debió convivir con la aparición de sarampión, tifus y disentería, entre otras enfermedades.

En nuestro país, el cólera se propago entre 1867 y 1873 en Buenos Aires, antes de la aparición de la fiebre amarilla. Tres años antes, la Guerra de la Triple Alianza. Iniciada en 1864–  había concluido. El cólera había aparecido en Rio de Janeiro a inicios de 1867, y en poco tiempo se había extendido a Corrientes y la ciudad de Rosario. El cólera no se circunscribió solamente al frente bélico y zonas cercanas, sino que además causó estragos en las provincias de Santa Fe, Córdoba, San Juan, San Luis, Catamarca y Santiago del Estero, y el aislamiento era también frecuente, como así también la adopción de medidas de higiene varias, como la limpieza y desinfección de letrinas, y entendían que la higiene se tomaba con superficialidad. Más allá de miles de muertos, se calcula que se enfermó el tres por ciento de la población.

1871 fue el año de la fiebre amarilla, también llamada enfermedad del vómito negro, causada por el mosquito Aedes aegypti. Buenos Aires, una ciudad con 188.000 habitantes, supo ver 200 muertes diarias por la enfermedad. Era frecuente que se quemaran maderas con alquitrán, y se que creía que la enfermedad se esparcía por el aire. En abril se contabilizaban 500 muertos diarios. La vida en los conventillos, con su correlato de hacinamiento y de basura acumulada.

Muchos casos de contagiados eran del sur de la ciudad, por la cercanía de depósito de desechos de las saladeros y mataderos. No había cloacas, y las deposiciones humanas eran arrojadas a los pozos negros, que, en contacto con las napas de agua, contaminaban reservorios necesarios para la vida diaria. En mayo, con la llegada del frio, el mal fue disipándose. Habían muerto poco más de 14.000 personas.

Puede decirse que una epidemia pone a las personas de frente con aquello que no supo o no quiso ver. No se trataba solamente de discriminar ciertos usos y actividades, como los saladeros, instalados en el Río de la Plata desde fines del siglo XVIII, cuando comenzaron a elaborarse proyectos para la exportación de carne a España, o los cementerios (algunos situados bajo la Plaza de Mayo, las plazas España y 1º de Mayo, el parque Los Andes de Chacarita, la sede central del Banco Nación, y en la zona del cruce de las avenidas Corrientes y 9 de Julio). Y así, se vio, y se sintió, que la Ciudad de Buenos Aires tenía pésimas condiciones de higiene. Ello llevo a que en 1873 comenzaran a construirse instalaciones cloacales y un año después, se dio inicio a la red de aguas corrientes.

El siglo XX tampoco dio respiro a nuestro país: en 1918, la tuberculosis, la viruela, la peste bubónica, la sífilis, eran las enfermedades que más preocupaban a las autoridades, pero la pandemia que causó la gripe española terminó arribando al territorio, muy posiblemente a través de los inmigrantes europeos que llegaban al país huyendo de la guerra y la miseria. Hubo dos oleadas, a fines de 1918 (en el centro y el litoral argentino), con consecuencias no muy graves, y a mediados de 1919 (afectándose todo el país), con casi 15.000 fallecimientos. En 1956, la epidemia de poliomielitis o polio provocó casi 6500 casos en los cuales los afectados hallaron la muerte o bien sobrevivieron, aunque con una severa discapacidad.

En pleno siglo XXI, estamos en una época en la cual, frente a los escenarios del pasado, podría decirse que es ventajosa, al menos para aquello que es inherente a la higiene. La vivienda, con sus comodidades y con sus estándares de diseño, dan de fe de la búsqueda de espacios mínimos que aseguren un buen vivir, acompañado de requerimientos mínimos de asoleamiento, ventilación, balances términos y materialidad. Y aun con ello, toda precaución puede ser poca.

Debemos pensar ya no solamente en el diseño de una casa, sino además en el diseño de las ciudades en un escenario en el cual, durante los últimos veinte años, hemos sido testigos de la aparición de epidemias tales como la gripe A, la gripe porcina, y, recién ahora, el COVID-19.

En la actualidad, la aparición del COVID-19 presenta una magnitud que aún no puede ser medible, ya que vivimos, como suele decirse, en un día a día. La pandemia acarrea un cambio en los modos de diseñar las obras, en su gestión, en las ventas de inmuebles…

Desde 2019, rigen en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el Código Urbanístico y el Código de Edificación.  El primero, más allá de establecer alturas máximas para construir y de hacer desaparecer ciertos parámetros de diseño de edificios, permite tener viviendas de 18 metros cuadrados, sin contar el local sanitario. Si bien es saludable que se eviten alturas muy elevadas, tener viviendas mínimas no puede ser una solución, y más en las actuales circunstancias.

Toda vivienda saludable comprende un espacio en el cual se vive, y se vive la mayor parte del tiempo propio. Un diseño arquitectónico que genere espacios separados para las diversas actividades del hogar genera también bienestar físico y psíquico, y seguridad a quienes allí viven. Por eso, las normas urbanas no pueden pensarse únicamente para garantizar un negocio inmobiliario.

La vida en sitios proclives al hacinamiento impacta negativamente en las personas, y más tratándose de varias personas compartiendo una vivienda de espacios reducidos, en los cuales la privacidad se diluye, poniéndose de manifiesto un peculiar fenómeno: querer estar solo, y no saber en dónde.

En la Ciudad de Buenos Aires, las normas urbanas quitaron obligatoriedad para incorporar al diseño de los baños los bidets y las bañeras. Y esto, obviamente, tiende a la reducción de superficie, contacto con el antecedente se tiene en Hong Kong, ya que allí se tienen unidades de cinco metros cuadrados, como respuesta a las dificultades de acceso al mercado, aunque contando –afortunadamente– con cocina y baño. Tener una vivienda en 18 metros cuadrados no mejora la calidad de vida, y sólo puede favorecer negocios inmobiliarios.

Aun con lo expuesto, puede darse que existan espacios reducidos, es decir, departamentos pequeños, monoambientes, y eso trae como consecuencia desarrollar actividades fuera de ese departamento, es decir, quien habita ese espacio también necesita esparcimiento. La vivienda no es sólo para dormir y comer, y por eso, es que también necesitamos interactuar con otros.

Ahora bien, las personas tenemos una especial relación con el afuera. El diseño de la ciudad, aun con las mencionadas problemáticas, debe asegurar que nos haga gozar de amabilidad y seguridad. La ciudad no puede ser una zona prohibida. Con esto, decimos que la arquitectura es pensada tanto para el espacio individual y para el espacio colectivo. Y ambos espacios deben ser amables.

¿Qué es pensar en espacios amables?

Muchas ciudades estuvieron amuralladas durante siglos, y esos muros hoy ya no existen.

En la antigüedad, un muro podía ayudar a repeler una invasión. Hoy, ante una enfermedad, un muro seria obsoleto, por todo lo ya expuesto.

¿Podemos pensar en un diseño urbano que haga las veces de barrera contra las pestes? Ciertamente, un diseño para conservar distanciamiento sería viable, aunque debería cuidar que ese diseño no resulte hostil, y sobre todo teniendo en cuenta que, si existe una enfermedad de transmisión aérea, poco puede hacer la arquitectura, salvo contribuir a ese entorno amable. ¿Podemos pensar en una arquitectura que permita estar mucho tiempo en casa? No podemos pensar en la privacidad como una situación momentánea, dado que debemos pensar en crear en espacios domésticos que sirvan para hacer frente a un fenómeno inusual como la aparición del COVID-19. Si durante la propagación de una enfermedad pandémica, nuestra casa va a ser refugio, esa casa debe ser cómoda, ya que los espacios deben ser adecuados para absorber situaciones como las que esta pandemia está creando.

¿Qué nos dejará la pandemia? ¿Adoptaremos nuevas formas de relacionarnos con nuestros semejantes y con el medio ambiente? ¿Cuál será la magnitud de una posible crisis económica en puerta?

Hoy estamos soportando el COVID-19, y nada asegura que en el futuro esta situación se repita.  Es por eso que, además de la medicina, la ingeniería y la arquitectura habrán de ser importantes herramientas que podrán ayudarnos a enfrentar todo desafío futuro.

Bibliografía

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*Abogado. Arquitecto. Profesor titular regular UBA. Profesor titular permanente UAI. Buenos Aires, Argentina. arquilegaltorres@gmail.com